Una vez anunciada la fecha para las
elecciones, el 11 de noviembre, comienza a correr el proceso preelectoral en un
ambiente de inquietud. Se sabe que el candidato a Presidente va a ser Juan
Domingo Perón pero no se conoce quién va a ocupar el segundo término de la
fórmula. Se habla informalmente de Evita.
El 2 de agosto, la CGT lanza la fórmula Perón- Eva Perón y anuncia un Cabildo Abierto a realizarse el día 22.
Se instaló un palco sobre la Avenida 9 de julio, de espaldas al Ministerio de Obras Públicas y la concurrencia supera las expectativas: dos millones de personas con banderas, carteles e imágenes de Perón y Evita estallaron de júbilo al comienzo del acto.
En el palco se ubicaron las autoridades: Juan Domingo Perón, Tessaire, que presidía el Consejo Superior partidario, pocos funcionarios, representantes de la CGT encabezados por José Espejo y Evita cuya llegada fue saludada por una ovación. En ese momento, Espejo les solicita a Perón y a Evita, en nombre de los trabajadores organizados, que acepten la candidatura para Presidente y Vicepresidente para las próximas elecciones.
No hay una definición por parte de Evita, solicita a “sus muchachos” que le den tiempo para anunciar su decisión. La plaza se vacía sin una respuesta más que la palabra de Evita “haré lo que el pueblo diga”. Con esa sola frase, el 28 de agosto la CGT y las autoridades del Partido Peronista, proclaman la candidatura de Evita.
El 2 de agosto, la CGT lanza la fórmula Perón- Eva Perón y anuncia un Cabildo Abierto a realizarse el día 22.
Se instaló un palco sobre la Avenida 9 de julio, de espaldas al Ministerio de Obras Públicas y la concurrencia supera las expectativas: dos millones de personas con banderas, carteles e imágenes de Perón y Evita estallaron de júbilo al comienzo del acto.
En el palco se ubicaron las autoridades: Juan Domingo Perón, Tessaire, que presidía el Consejo Superior partidario, pocos funcionarios, representantes de la CGT encabezados por José Espejo y Evita cuya llegada fue saludada por una ovación. En ese momento, Espejo les solicita a Perón y a Evita, en nombre de los trabajadores organizados, que acepten la candidatura para Presidente y Vicepresidente para las próximas elecciones.
No hay una definición por parte de Evita, solicita a “sus muchachos” que le den tiempo para anunciar su decisión. La plaza se vacía sin una respuesta más que la palabra de Evita “haré lo que el pueblo diga”. Con esa sola frase, el 28 de agosto la CGT y las autoridades del Partido Peronista, proclaman la candidatura de Evita.
Renunciamiento de Eva Perón
En
la Asamblea Popular realizada en la avenida 9 de Julio, que se constituyó en
Cabildo Abierto del Justicialismo, Eva renunció ante el pueblo a la candidatura
a la vicepresidencia de la Nación.
22 de
agosto de 1951
Excelentísimo
señor presidente; mis queridos descamisados de la Patria:
Es para mí una gran emoción encontrarme
otra vez con los descamisados, como el 17 de octubre y como en todas las fechas
en que el pueblo estuvo presente. Hoy, mi general, en este Cabildo del
Justicialismo, el pueblo, que en 1810 se reunió para preguntar de qué se
trataba, se reúne para decir que quiere que el general Perón siga dirigiendo
los destinos de la Patria. Es el pueblo, son las mujeres, los niños, los
ancianos, los trabajadores, que están presentes porque han tomado el porvenir
en sus manos, y saben que la justicia y la libertad únicamente la encontrarán
teniendo al general Perón al frente de la nave de la Nación.
Mi general: son vuestras gloriosas
vanguardias descamisadas las que están presentes hoy, como lo estuvieron ayer y
estarán siempre, dispuestas a dar la vida por Perón. Ellos saben bien que antes
de la llegada del general Perón vivían en la esclavitud y por sobre todas las
cosas, habían perdido las esperanzas en un futuro mejor. Saben que fue el general
Perón quien los dignificó social, moral y espiritualmente. Saben también que la
oligarquía, que los mediocres, que los vendepatria todavía no están derrotados,
y que desde sus guaridas atentan contra el pueblo y contra la nacionalidad.
Pero nuestra oligarquía, que siempre se vendió por cuatro monedas, no cuenta en
esta época con que el pueblo está de pie, y que el pueblo argentino está
formado por hombres y mujeres dignos capaces de morir y terminar de una vez por
todas con los vendepatrias y con los entreguistas.
Ellos no perdonarán jamás que el general
Perón haya levantado el nivel de los trabajadores, que haya creado el
Justicialismo, que haya establecido que en nuestra Patria la única dignidad es
la de los que trabajan. Ellos no perdonarán jamás al general Perón por haber
levantado todo lo que desprecian: los trabajadores, que ellos olvidaron; los
niños y los ancianos y las mujeres, que ellos relegaron a un segundo plano.
Ellos, que mantuvieron al país en una
noche eterna, no perdonarán jamás al general Perón por haber levantado las tres
banderas que debieron haber levantado ellos hace un siglo: la justicia social,
la independencia económica y la soberanía de la Patria.
Pero
hoy el pueblo es soberano no sólo cívicamente sino también moral y
espiritualmente. Mi general: estamos dispuestos, los del pueblo, su vanguardia
descamisada, a terminar de una buena vez con la intriga, con la calumnia, con
la difamación y con los mercaderes que venden al pueblo y al país. El pueblo
quiere a Perón no sólo por las conquistas materiales –este pueblo, mi general,
jamás ha pensado en eso, sino que piensa en el país, en la grandeza material,
espiritual y moral de la Patria-, porque este pueblo argentino tiene un corazón
grande y piensa en los valores por sobre los valores materiales. Por ello, mi
general, hoy esta aquí, cruzando caminos, acortando kilómetros con miles de
sacrificios, para decirnos "presente", en este Cabildo del
Justicialismo
Es la Patria la que se ha dado cita al
llamado de los compañeros de la Confederación General del Trabajo, para decirle
al Líder que detrás de él hay un pueblo, y que siga, como hasta ahora, luchando
contra la antipatria, contra los políticos venales y contra los imperialismos
de izquierda y de derecha.
Yo, que siempre tuve en el general Perón
a mi maestro y mi amigo –pues él siempre me dio el ejemplo de su lealtad
acrisolada hacia los trabajadores-, en todos estos años de mi vida he dedicado
las noches y los días a atender a los humildes de la Patria sin reparar en los
días ni en las noches, ni en los sacrificios.
Mientras tanto ellos, los entreguistas,
los mediocres, los cobardes, de noche tramaban la intriga y la infamia del día
siguiente, yo, una humilde mujer, no pensaba sino en los dolores que tenía que
mitigar y en la gente a que tenía que consolar en nombre vuestro, mi general,
porque se el cariño entrañable que sentís por los descamisados y porque llevo
en mi corazón una deuda de gratitud para con los descamisados que el 17 de
octubre de 1945 me devolvieron la vida, la luz, el alma y el corazón al
devolverme a Perón.
Yo no soy más que una mujer del pueblo
argentino, una descamisada de la Patria, pero una descamisada de corazón,
porque siempre he querido confundirme con los trabajadores, con los ancianos,
con los niños, con los que sufren, trabajando codo a codo, corazón a corazón
con ellos para lograr que lo quieran más a Perón y para ser un puente de paz
entre el general Perón y los descamisados de la Patria.
Mi general: aquí en este magnífico
espectáculo vuelve a darse el milagro de hace dos mil años. No fueron los
sabios, ni los ricos, ni los poderosos los que creyeron; fueron los humildes.
Ricos y poderosos han de tener el alma cerrada por la avaricia y el egoísmo; en
cambio, los humildes, como viven y duermen al aire libre, tienen las ventanas
del alma siempre expuestas a las cosas extraordinarias. Mi general: son los
descamisados que os ven a vos con los ojos del alma y por eso os comprenden, os
siguen; y por eso, no quieren más que a un hombre, no quieren a otro: Perón o
nadie.
Yo aprovecho esta oportunidad para pedir
a Dios que ilumine a los mediocres para que puedan ver a Perón y para que
puedan comprenderlo, y para que las futuras generaciones no nos tengan que
marcar con el dedo de la desesperación si llegaran a comprobar que hubo
argentinos tan mal nacidos que a un hombre como el general Perón, que ha
quemado su vida para lograr el camino de la grandeza y la felicidad de la
Patria, lo combatieron aliándose con intereses foráneos.
No me interesó jamás la insidia ni la
calumnia cuando ellos desataron sus lenguas contra una débil mujer argentina.
Al contrario, me alegre íntimamente, porque yo, mi general, quise que mi pecho
fuera escudo para que los ataques, en lugar de ir a vos, llegaran a mí. Pero
nunca me dejé engañar. Los que me atacan a mí no es por mí, mi general, es por
vos. Es que son tan traidores, tan cobardes que no quieren decir que no lo
quieren a Perón. No es a Eva Perón a quien atacan: es a Perón.
A ellos les duele que Eva Perón se haya
dedicado al pueblo argentino; a ellos les duele que Eva Perón, en lugar de
dedicarse a fiestas oligárquicas, haya dedicado las horas, las noches y los
días a mitigar dolores y restañar heridas.
Mi general: aquí está el pueblo y yo
aprovecho esta oportunidad para agradecer a todos los humildes, a todos los
trabajadores, a todas las mujeres, niños y hombres de la Patria, que en su
corazón reconocido han levantado el nombre de una mujer, de una humilde mujer
que los ama entrañablemente y que no le importa quemar su vida si con ello
lleva un poco de felicidad a algún hogar de su Patria. Yo siempre haré lo que
diga el pueblo, pero yo les digo a los compañeros trabajadores que así como
hace cinco años dije que prefería ser Evita antes de ser la esposa del
presidente, si ese Evita era dicho para calmar un dolor en algún hogar de mi
Patria, hoy digo que prefiero ser Evita, porque siendo Evita sé que siempre me
llevarán muy dentro de su corazón. ¡Qué gloria, qué honor, a qué más puede
aspirar un ciudadano o una ciudadana que al amor del pueblo argentino!
Yo me siento extraordinariamente
emocionada. Mi humilde persona no merece el cariño entrañable de todos los
trabajadores de la Patria. Sobre mis débiles espaldas de mujer argentina
ustedes cargan una enorme responsabilidad. Yo no sé cómo pagar el cariño y la
confianza que el pueblo deposita en mí. Lo pago con amor, queriéndolo a Perón y
queriéndolos a ustedes, que es como querer a la Patria misma.
Compañeros: Yo quiero que todos ustedes,
los del interior, los del Gran Buenos Aires, los de la Capital, en fin, los de
los cuatro puntos cardinales de la Patria, les digan a los descamisados que
todo lo que soy, que todo lo que tengo, que todo lo que hago, que todo lo que
haré, que todo lo que lo que pienso, que todo lo que poseo no me pertenece: es
de Perón, porque él me lo dio todo, porque él, al descender hasta una humilde
mujer de la Patria, la elevó hacia las alturas y la puso en el corazón del
pueblo argentino.
Mi general: si alguna satisfacción podría
haber tenido es la de haber interpretado vuestros sueños de patriota, vuestras
inquietudes y la de haber trabajado humilde pero tenazmente para restañar las
heridas de los humildes de la Patria, para cristalizar esperanzas y para
mitigar dolores, de acuerdo con vuestros deseos y con vuestros mandatos.
Yo no he hecho nada, todo es Perón. Perón
es la Patria, Perón es todo, y todos nosotros estamos a distancia sideral del
Líder de la nacionalidad. Yo, mi general, con la plenipotencia espiritual que
me dan los descamisados de la Patria, os proclamo, antes que el pueblo os vote
el 11 noviembre, presidente de todos los argentinos. La Patria está salvada,
porque está en manos del general Perón.
A ustedes, descamisados de mi Patria, y a
todos los que me escuchan, los estrecho simbólicamente muy, pero muy fuerte, sobre
mi corazón.
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