Un día como hoy, 17 de junio, pero de 1821, hace 193 años fallecía el General Martín Miguel de Güemes, quien con sus gauchos defendió la frontera norte de múltiples invasiones españolas, nombrado al frente de dicho ejército por el General Don José de San Martín.
Les dejo algo de la Historia de este hombre que se jugo entero por la causa.
Don
Martín de Güemes había sido el antemural en que se estrellaron los realistas en
sus varias invasiones por el norte. Los gauchos de Salta, a sus órdenes, habían
salvado la causa de la revolución en 1816, dando nervio a las deliberaciones
del Congreso reunido en Tucumán, y en 1819, después de la retirada del ejército
del general Belgrano. Por el contrario, don Bernabé Aráoz había comprometido
esa causa cuando los realistas se hallaban en las fronteras del norte, y había
proclamado un absurdo de República Tucumana, con el
objeto de crearse un poder fuerte y con prescindencia de la patria común que en
vano reclamaba sus auxilios. Güemes veía en Aráoz un peligro igual o mayor al
que le amenazaba de parte de los realistas. No sólo le negó siempre todo
auxilio en la guerra que con sus solos recursos sostenía Güemes contra los
realistas, sino que trabajó por derrocarlo del gobierno de Salta en combinación
con los aristócratas y godos de esa provincia, quienes en odio al generoso
republicano habían llegado hasta abrir negociaciones en el general Olañeta,
para que viniese a apoyarlos con sus soldados.
Cuando el general San Martín lo nombró jefe del ejército de
observación que debían entrar en el Alto Perú y cooperar a la expedición de
Lima, Güemes solicitó nuevamente auxilio a Aráoz. Éste se negó. Entonces Güemes
se puso de acuerdo con el coronel don Felipe Ibarra que acababa de ser nombrado
gobernador de la nueva provincia de Santiago del Estero, y con el coronel
Heredia que pretendía el gobierno de Tucumán, para destruir a Aráoz que a su
vez trabajaba abiertamente para reconcentrar en sus manos el poder de las
provincias del norte. Mientras Güemes se lanzaba a esta campaña, el general
realista Olañeta llevaba una octava invasión a Salta, al frente de dos mil
soldados. Olañeta se fue sobre Jujuy en abril de 1821 y adelantó su vanguardia
a las órdenes del coronel Marquiegui. El gobernador delegado de Güemes, don
José Ignacio de Gorriti, le salió al encuentro con una división de gauchos
milicianos, y después de algunos combates parciales rindió a discreción dicha
vanguardia en la quebrada de Humahuaca tomando entre los prisioneros al mismo
Marquiegui.
Simultáneamente, Güemes era derrotado por Aráoz; y sus
adversarios de Salta, de acuerdo con este último, aprovechaban el momento para
deponerlo del mando. Al efecto convocaron al pueblo a cabildo abierto el día 24
de mayo de 1821; leyeron un manifiesto sobre “la execrable conducta del
gobernante”, y declararon que cesaba la guerra con Tucumán. En reemplazo de
Güemes se nombró gobernador a don Saturnino Saravia y comandante general de
milicias al coronel Antonio Fernández Cornejo. Cuando Güemes supo esto dejó la
campaña donde reunía nuevas fuerzas y se dirigió con una pequeña escolta a la
ciudad de Salta. El vecindario armado y algunos escuadrones de gauchos lo
esperaron en línea de batalla, en el campo de Castañares. Fiado en el
prestigio de su presencia, y como si todo ese aparato no tuviera más objeto que
el de deferirle una ovación, Güemes avanzó sobre sus gauchos. Los nobles
gauchos, habituados a vencer a los realistas bajo las órdenes de su ínclito
jefe, levantaron las armas al grito de “¡viva Güemes!” y la ovación le
difirieron en efecto, acompañándolo hasta la ciudad, mientras los
revolucionarios corrían a ocultarse. Pero esta precaución era inútil, como
quiera que Güemes jamás ejerciera venganzas sobre las personas ni cometiera
actos sanguinarios. En esta ocasión Güemes manifestó su enojo tan sólo
golpeándose con el rebenque en el guardamonte de su apero: lo único que hizo
fue pedirles a los ricos aristócratas algún dinero que repartió entre sus
fieles gauchos.
En persecución del plan combinado con estos aristócrata que
mantenían la política reaccionaria de la revolución argentina, el general
Olañeta había desprendido al coronel Valdez (Barbaducho) para que se internase
con 800 hombres en las ásperas serranías de Tacones; y para que descendiendo
por un despeñadero peligroso que hay como a quince minutos de la ciudad de
Salta, ocupase a ésta por la noche. Olañeta se movía entre tanto con el grueso
de su ejército hacia Oruro, para volver sobre la marcha oportunamente, llegar
hasta la misma quebrada de Humahuaca y acabar de efectuar la ocupación.
Valdez verificó esta atrevida operación sin ser sentido. En la
media noche del 7 de junio de 1821 sus partidas llegaban a la plaza de Salta.
Güemes había bajado de su campamento a la ciudad y despachaba a esa misma hora
en la casa de su hermana doña Magdalena. Uno de sus ayudantes cruzó la plaza.
La partida realista le dio el ¡quién vive!, y al responderle: ¡la
patria! le hicieron
fuego. Al ruido de las detonaciones, Güemes montó a caballo y se dirigió a la
plaza seguido de su escolta. Un otro ¡quién vive! lo detuvo, y en pos de su respuesta de
–¡la patria! hiciéronle una fuerte descarga. Güemes se retiró para ganar la
campaña, pero otra partida realista que venía a sus espaldas, le hizo una nueva
descarga, la cual le alcanzó; y sus fieles soldados lo condujeron al campamento
del Chamical donde murió pocos días después.
Así acabó ese insigne guerrillero argentino que batalló sin
cesar por la independencia de su patria, con los recursos que él solo se
buscaba y sin recibir otros estímulos que los de Belgrano, que lo amaba, y los
de San Martín, cuya mirada de águila alcanzaba el genio, donde quiera que se
alzase para vencer en la lucha más grande que se ha suscitado en este siglo.
Vivir como vivió Güemes de las grandiosas palpitaciones de su patria, y morir
por ella después de consagrarla todos sus afanes, en una virtud envidiable que
atenúa todos los errores caídos en esa peregrinación de gloria imperecedera. La
prensa contemporánea, inspirada por los émulos o por los antirrepublicanos,
cubrió de injurias el sudario de Güemes a la vez que ¡mísera! defirió palmas a
los traidores a la patria. “Acabaron para siempre los dos grandes facinerosos,
Güemes y Ramírez (escribían de Córdoba y transcribía La
Gaceta de Buenos
Aires). Murió el abominable Güemes…al huir de la sorpresa que le hicieran los
enemigos con el favor de los comandantes Zerda, Sabala y Benítez, quienes se
pasaron al enemigo. Ya tenemos un cacique menos…”.
La posterioridad ha hecho justicia a Güemes. El general Paz tan
exacto y severo en sus juicios, como parco en elogios, dice, que “bajo el mando
de Güemes la heroica provincia de Salta fue un baluarte incontrastable de la
República toda. Esos gauchos con pequeñísima disciplina resistieron
victoriosamente a los aguerridos ejércitos españoles. Pezuela, Serna, Canterac,
Ramírez, Valdez, Olañeta y otros afamados generales españoles intentaron
vanamente sojuzgarlos. Si Güemes cometió grandes errores, sus enemigos
domésticos nos fuerzan a correr un velo sobre ellos, para no ver sino al
campeón de nuestra Independencia y al mártir de la patria.”
El doctor Vicente Fidel López, dice: “…en 1816, Güemes había
salvado a la América del Sur, detenido a la España en las últimas barreras que
le quedaban por vencer. Cuando ya todo lo había avasallado, desde Panamá hasta
Chiloé, desde Venezuela a Tarija, Güemes solo era el que había contenido el
empuje aterrador de esas victorias, defendiendo con sus heroicos salteños el
nido donde estaban formándose las águilas que muy pronto iban a alzar el vuelo
con San Martín.”
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